La casa nido en su ámbito: el barrio

Trabajar como madre de día es una experiencia preciosa y apasionante, pero también solitaria en algunos aspectos; el primero, el más evidente, viene marcado por el hecho de estar sola en tu casa con cuatro niños muy pequeños que requieren de tu atención, tus cuidados y tu cariño constantes. Esto hace de cada día algo muy intenso y especial donde no hay cabida para la monotonía o el aburrimiento y donde pones muchísimo de ti misma y recibes aún más, la intimidad y complicidad que se va estableciendo en el grupo que formamos la cuidadora y los niños es uno de los motores del funcionamiento de una casa nido.
Pero, para evitar aislarse, es importante también ampliar un poco el círculo de esa pequeña y peculiar familia, salir a la calle, pasear por el barrio y convivir un rato con otras personas; normalmente esas salidas no pueden llegar muy lejos, se quedan en un radio que se pueda recorrer en diez, quince minutos, ya que si nos alejásemos mucho de casa ya no podíamos tomarnos el paseo de vuelta con tanta calma.
Durante esas salidas diarias, las paradas a charlar con la gente que nos vamos encontrando son muy frecuentes: saludamos a los vecinos con los que coincidimos en el portal, y ya en la calle a muchos abuelos y padres con sus niños, o al cartero que incluso a veces, como ya me conoce de sobra, me entrega algún paquete sobre la marcha; alguna vez vamos a la frutería o a la panadería a comprar, o saludamos a la señora de la mercería, con la que solemos hablar un poco cuando pasamos por delante, o entramos a la librería de la esquina a hacer fotocopias o a encargar alguna cosa. Todos ellos saben a qué me dedico, y muchos llaman a los niños por sus nombres, los van viendo crecer, ya conocieron a sus hermanos mayores, que también se criaron en mi casa, y están al tanto de los detalles de esta profesión tan poco conocida; yo también voy sabiendo algo de sus vidas, de la trayectoria que sus negocios han seguido, de cuál es o fue su profesión; algunos están a punto de jubilarse o ya lo han hecho, en cambio otros no hace mucho que arrancaron y están consolidándose... Es el tipo de relación “de vecindario” que se establece en un barrio con bastante vida, lleno de tiendas, bares, supermercados y parques.
Los pequeños participan en cierto modo de ese círculo cotidiano y casual y observan cómo los adultos nos relacionamos entre nosotros y la forma en que las distintas personas se dirigen a ellos; en el parque continúa esta comunicación con las familias que pasan allí parte de las mañanas, igual que nosotros. Cada uno tiene su propia forma de cuidar y de guiar a los niños, todas bastante distintas, por cierto. Lejos de pensar que esa variedad de pautas de crianza puede afectar negativamente a los pequeños, yo opino que es más bien una oportunidad para todos, siempre que el respeto sea la norma. Los niños no tiene por qué sentirse desconcertados ante los diferentes estilos educativos que observan en su entorno, sino que aprenderán a apreciar y aceptar las diferencias entre las personas, y esto favorecerá su aprendizaje social. Por suerte no somos impermeables a otras maneras de hacer las cosas, y los mayores vamos matizando nuestros usos y costumbres, adecuándolos a cada situación; ese contacto diario facilita una influencia mutua que considero muy positiva y que, a pequeña escala, puede ser también motor de cambios. Cuando se habla de criar en tribu, esta diversidad y riqueza de actitudes ante la labor de la crianza es lo que realmente yo entiendo como tal, aún cuando no todos leamos los mismos libros...